Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 8 de junio de 1869
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Respuesta al Sr. Castelar
Número y páginas del Diario de Sesiones: 94, 2.601 a 2.605
Tema: Bando antirrepublicano del gobernador de Lérida

El Sr. ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Señores, he de dejar yo a un lado la cuestión de Lérida, porque llevamos ya tres días en este asunto y no quiero que se diga que nos hemos convertido todos en aquel peregrino personaje de una zarzuela de estos tiempos: el tipo del coronel que en todo, para todo y sobre todo, habla de la batalla de Lérida. No seamos pues coroneles de la batalla de Lérida.(metáfora, ironía).

Voy, pues, a limitar mi contestación al Sr. Castelar, a quien han hecho al parecer más efecto mis palabras de lo que yo esperaba. Pero S. S. me ha de permitir que no acepte como buenas ni como exactas las que ha pronunciado con respecto a la dureza con que yo trato a la minoría y de las personalidades que yo traigo a plaza.

Porque es peregrino, señores, lo que aquí pasa: se levanta un Sr. Diputado de los bancos de enfrente y dice que no hemos hecho nada, que hemos faltado a nuestros compromisos, que no hemos cumplido nuestras palabras, que somos pequeños, que somos raquíticos, que somos microscópicos, que hemos desvirtuado la revolución, y que hemos creado una situación ni más ni menos como la que había antes de la revolución; y a todo esto que se nos dice, ya la repetición de un día y otro día de que hemos faltado a los compromisos contraídos, que hemos faltado a nuestros juramentos, que somos ni más ni menos como los Ministros anteriores, y que somos pequeños, raquíticos y microscópicos, se pretende que hemos de contestar con la sonrisa en los labios y la alegría en el alma: pues eso no puede ser, Sr. Castelar.

Se nos ha dicho una y mil veces que nosotros no habíamos hecho nada, que los que se sientan en estos bancos eran pequeños y microscópicos, y nos lo decían personas, señores, que habían podido venir aquí por lo que habían hecho los que, según ellos, nada han podido hacer.

Por lo menos, han hecho lo bastante para que fuera posible que vinieran aquí a ocupar estos escaños, en los cuales se consideran sin duda tan altos, tan grandes y tan elevados (dilogía), que apenas llegan a distinguir a los que desde su elevadísima altura nos ven tan pequeños. y como no hay nada que exaspere tanto como la injusticia, y cada cual tiene su sangre en las venas: Cuando tanto se nos habla de que somos pequeños, raquíticos y microscópicos, forzosamente hemos de recordar a aquel pobre liliputiense, que trasladado repentinamente con los ojos vendados a un que trasladado repentinamente con los ojos vendados a un país desconocido para él, y en el que las gentes tenían la talla regular, y colocado sobre un altísimo campanario, tal fue la alegría que le entró, tal su satisfacción, tan grande su desvanecimiento al considerarse más alto, más grande, más elevado que los que al pie de la torre transitaban, que al fin y al cabo se le fue la cabeza y cayó desvanecido al suelo-. ¡Y cuál fue su extrañeza, cual fue su asombro, cuando en vez de haberse estrellado contra el pavimento, se encontró sano y salvo en los brazos de aquellos a quienes desde tan grande altura tan pequeños considera! (alegoría) (Muestras de aprobación).

Hágasenos justicia a nosotros; guardémonos todos las consideraciones que nos debemos, y tengan los Sres. Diputados de enfrente la seguridad de que en este banco no ha faltar, no sólo la deferencia y la consideración que todos mutuamente nos debemos, porque en medio de todo yo no he faltado nunca a las consideraciones de compañerismo y a la dignidad y compostura que este sitio exige , sino que no les faltaría nunca ni nuestro cariño, ni nuestra sincera y leal amistad: pero pretender que tratándonos como se nos trata, contestemos con la sonrisa en los labios y con la gratitud en nuestro corazón, eso no se puede hacer; yo, por mi parte, no lo quiero hacer, no lo haré nunca.

El Sr. Castelar, como siempre que discute conmigo, ha interpretado mal mis argumentos. ¡Ya se ve! Su elevadísima inteligencia y su brillante imaginación no le permiten sin duda detenerse ni fijarse un poco en lo que decimos los pequeños como yo, y siempre se entiende mal, truncando o desvirtuando mis argumentos.

El Sr. Castelar, en la idea de que yo había dicho que S. S. no había sido nunca republicano, nos ha traído aquí una historia, nos ha traído documentos y datos para probarnos que había sido y era en la actualidad republicano: y yo no dije eso: Sr. Castelar, no dije que S. S. no haya sido republicano, ni que S. S. haya sido monárquico: lo que dije es que no había conocido republicanos federales en este país en ninguna parte. (El Sr. Castelar pide la palabra). Eso es lo que dije y lo que voy a demostrar. Pero ya que S. S. ha querido hacer ver que no estuve exacto en lo que dije ayer, voy a hacer ver al Sr. Castelar que si S. S. ha sido republicano, y ya no me fijo en lo de republicano federal, que si S. S. digo, ha sido republicano en ciertas épocas, lo ha sido en la manera en la que el Sr. Ochoa es ahora carlista platónico (ironía), podremos decir que S. S. era republicano platónico, puesto que no practicaba.(silogismo)

¡Ah! Como S. S., tenía yo una pluma, aunque no tan bien cortada, que la empleaba en atacar la reacción. Como S. S., tenía yo palabra, aunque no tan elocuente ni tan elevada, pero que con igual energía yo empleaba en combatir la tiranía. Como S. S., dirigía yo un periódico, aunque no tan ilustrado como el que S. S. dirigía, y que ha sufrido igual suerte, perdiéndose con sus intereses y mi fortuna en los abismos de la arbitrariedad. Como S. S., en fin, tenía yo en el extranjero durante la emigración, que a esa época me refería yo y no a ninguna otra época, pluma, palabra y periódico; pero cuando la brillante pluma de S. S. en los días aciagos de nuestra emigración se empleaba en cosas lícitas sin duda, en cosas buenas y magníficas, como son todas las que salen de la pluma de S. S., pero para ganar dinero: y cuando S. S. escribía artículos para un periódico de América, en los cuales algunas veces no trataba a nuestro país con aquella consideración, con aquel cariño, con el cariño filial que debe siempre un español a su patria, yo escribía un periódico para darle a las redacciones de todos los periódicos del mundo, para hacer conocer en todas partes nuestra situación, que era completamente desconocida en el extranjero.

Al mismo tiempo que yo hacía eso, no S. S., pero sí uno que hoy también se llama republicano federal, nos humillaba, nos desacreditaba, nos desprestigiaba en el extranjero, queriendo destruir los trabajos que a fuerza de penalidades y de sacrificios llevaba yo en un rincón de la Francia. Aquí, y fuera de aquí, mi palabra, mi pluma, todo lo poco que he valido, pero al fin lo poco que valgo, [2601] todo lo he dedicado al éxito de la revolución; y mientras que S. S. decía que desechaba los grandes ofrecimientos que le hacían de América, yo no tenía que ir a América para tener grandes ofrecimientos: aquí, en España, había alguno, y por cierto no de mis opiniones políticas, que queriendo utilizar mis servicios como ingeniero, me ofreció el sueldo de Ministro, de ese puesto que S. S. cree he solicitado yo, para ir a dirigir caminos de hierro. Y ¿sabe S. S. lo que yo hacía? Prescindir de ese sueldo y cambiar mi posición de ingeniero con 6000 duros de sueldo por el duro trabajo del obrero; sí, señores, porque yo por la mañana escribía el periódico, y por la noche trabajaba en la máquina encalleciéndose con ella mis manos, mientras S. S. vestía las suyas entonces con guantes blancos. Y así, Sr. Castelar, prescindiendo de los intereses, del bienestar y de la vida por el bien y la felicidad de la patria, así en la prosperidad como en la desgracia, es como se prueba el amor a la libertad, no viniendo aquí cuando la libertad está conquistada a pronunciar discursos elocuentes sin duda, no viniendo aquí a defender ideas exageradas, no queriéndonos traer aquí de la Suiza la república federal, planta exótica entre nosotros, ni más ni menos que como un viajero entusiasta admirador de aquellas magníficas cascadas quisiera traernos aquellas aguas, con las altas montañas y las imponentes rocas de que hechas polvo se desprenden.

Pero el Sr. Castelar dice que yo he traído aquí el descubrimiento de secretos, que he abusado de la amistad, que he revelado conferencias particulares. No: yo he dicho aquí que creyendo S. S. que la libertad era imposible en España, que desconfiando S. S. de que este pueblo llegara alguna vez a tener la vitalidad bastante para conquistarla y mucho menos la calma y la sensatez suficientes para sostenerla, defenderla y afianzarla, S. S. pensaba en marcharse a América para no volver más a su país. Y no es que S. S. me lo haya dicho, porque desgraciadamente en la emigración yo he tenido pocas relaciones con S. S.; trabajábamos en distinto sentido, o por lo menos por caminos diversos o sobre cosas diferentes, y sabido es que cuando dos líneas no confluyen en un punto dado, no es fácil que se encuentren: por consiguiente, S. S. y yo pocas veces nos encontrábamos en la emigración, y pocas conferencias hemos celebrado.

Pero eso era tan público en París, eso era tan sabido entre los emigrados, que llegó a mi noticia; y recuerdo que la primera vez que vinieron a decirme en el rincón donde yo me hallaba que S. S. quería irse a América, contesté: "Disuadidle, está loco, no sabe lo que se dice está apesadumbrado y eso le tiene en mala disposición pero que trabajen los amigos para disuadirle." Y en efecto, yo supe después que sus amigos, y entre ellos uno muy querido para S. S., procuraron disuadirle de su intento, y al fin no se marchó S. S. ¿Dónde está, pues, la violación del secreto, dónde la revelación de las conversaciones privadas, dónde el abuso de la amistad, dónde la publicación de confianzas particulares, si esto era público y notorio? Yo no he hecho más que referir historia, yo no he hecho más que consignar hechos públicos. Su señoría decía que yo no había hecho más que arrojar un vaso de agua en el mar para la revolución, y yo le contestaba que S. S. ni siquiera habla hecho esto, que S. S. no solo no había echado un vaso de agua en el mar, sino que había querido traspasarlo. De consiguiente, he venido a hacer historia, de ninguna manera a revelar secretos.

Que yo he dicho que S. S. se quería marchar á América: es verdad que lo he dicho; pero ¿por qué? Porque su señoría me decía que yo había desconocido la marcha y movimiento de las ideas en este país, y a mí me cumplía demostrar que era S. S. quien lo había desconocido, puesto que intentaba abandonar este país en la desconfianza de que ya no podría haber aquí libertad. Así es que cuando dijeron que S. S. quería marcharse a América, yo contesté: "Hace mal; es posible que antes que ponga el pie al otro lado de los mares haya lucido en nuestra patria el sol de la libertad, que él va a buscar allende los mares. " Yo me valía, pues, de este argumento sin ánimo ofender a S. S., para demostrar que S. S. no conocía movimiento de las ideas, y que quien lo conocía era yo.

Y vamos a la cuestión de D. Fernando de Portugal.

Señores, corría el año 60. El general Prim había hecho su primera tentativa el 1º de Enero de aquel año y todos los Sres. Diputados saben el resultado que aquella tentativa dio.

Los que deseábamos a todo trance la revolución, los que creíamos que la revolución era inevitable en este país, seguíamos trabajando todo lo que podíamos, haciendo todos los esfuerzos que estaban a nuestro alcance. Con este motivo hubo una reunión de algunos representantes del partido progresista y del partido democrático, que entonces no sólo no se llamaba republicano federal, sino que siquiera se llamaba republicano: se llamaba sólo democrático. Pues bien, en esa conferencia, celebrada en casa del Sr. D. Salustiano de Olózaga, convenían los representantes del partido democrático, que entonces estaban allí con nosotros, en que la solución más conveniente para nuestro país era derribar la dinastía de los Borbones y emplazarla con la de los Braganzas, y quedamos convenidos en esto. Mas como yo no he querido nunca levantar una bandera sin la absoluta seguridad, sin la completa evidencia de que esa bandera podía realizarse, porque no quería exponer a mi país a que sufriese una repulsa de nadie, yo dije: "Enhorabuena, me parece esa la mejor solución; pero vamos a ver si D. Fernando de Portugal quiere aceptar la corona de España; y aun en el caso de que acepte, es preciso ver también si las cortes extranjeras pondrían algún impedimento a esta solución: " y por indicación mía se designaron dos personas que fueran a avistarse con los hombres políticos de Francia, con los hombres políticos de Italia y con los hombres políticos de Inglaterra, no solamente para proporcionarnos recursos, no para que no pudiera haber después ninguna complicación europea que hiciese fracasar la revolución.

Pues bien, ¿saben los Sres. Diputados quién era uno de los individuos indicados para esa comisión? Pues era el Sr. Orense, hoy republicano federal. Y ¿qué dijo el señor Orense? El Sr. Orense dijo: " Es tan importante este asunto, que yo estoy dispuesto a salir esta misma noche: " y el Sr. Olózaga dijo que sus ocupaciones en aquellos días eran tan graves, que no le permitían salir tan pronto. Pues el Sr. Orense, hoy republicano federal, estaba allí en representación de los demócratas y aceptaba la idea de que a la dinastía de los Borbones debía suceder la de los Braganzas. Y entonces el Sr. Orense dijo con una franqueza que le honraba: " Yo soy republicano; pero tengo para mí que en todo lo que resta de siglo no puede establecerse en España la república; y para que sea posible, creo que antes debe venir una dinastía fundada en el sufragio universal, una dinastía que deba el trono a la elección del pueblo, una dinastía que deba su cetro a la revolución: de esta manera, haciendo nosotros propaganda tranquila y pacíficamente, podrán, ya que no lo podamos nosotros, nuestros hijos al fin de este siglo hacer posible la república.

Y entonces el Sr. Orense, que ora, y que pasaba, y creo [2602] que con razón, por el jefe de los demócratas, no se le ocurrió nunca que la república pudiera establecerse en España desde luego; entonces no se le ocurrió que pudiera establecer ni inmediatamente, ni dentro de un siglo, la república federal al que hoy es jefe de los republicanos federales, al que ahora es el iniciador y sostenedor de la idea de la república federal.

Pues bien, señores, esa comisión que había de ir a ver si el rey D. Fernando aceptaría la corona de España, que había de ir a las capitales de las demás potencias para que no pusieran obstáculos a nuestra obra, para hacer entender cuál era nuestra situación y con cuánta justicia se iba a levantar la Nación para mirar por en dignidad y hasta por su honra: aquella comisión no pudo tener lugar, no porque el Sr. Orense, hoy republicano federal, se opusiera al objeto de la misma, sino porque lo impidieron las graves ocupaciones del Sr. 0lázaga, que era el que debía acompañarle.

Marchan los acontecimientos: la revolución se aproxima, y en este momento tengo que refrescar la memoria del Sr. Castelar, porque S. S. guarda exactamente en su memoria, que es grande, que es inmensa, todo lo que a refiere a los demás; pero olvida todo lo que a él se refiere sin duda como toda la dedica a recordar los hechos de los demás, no le queda nada para los suyos.

El Sr. Castelar recordará que poco tiempo antes de la revolución, en la redacción de un periódico que antes citó S. S., en la redacción de ese periódico que tuve el honor de dirigir, y digo esto porque considero como uno de los timbres más gloriosos de mi vida política el tiempo que estuve dirigiendo La Iberia, en una habitación pequeña de la redacción de ese periódico, reunidos el Sr. Martos, S. S., el Sr. Ruiz Zorrilla y yo, convinimos también en que la única solución posible era el destronamiento de la dinastía de los Borbones y el establecimiento de la de la casa de Braganza; allí convinimos en que los esfuerzos de todos debían ir encaminados hacia ese punto; allí convinimos en que los progresistas y los demócratas no debíamos levantar otra bandera que la que acabo de indicar, y yo, por mi parte, allí como en todas partes, repetí que no me atrevía a levantar esa bandera, porque no sabía si esa dinastía podría establecerse en España, primero, por la voluntad del rey D. Fernando, y segundo, por la voluntad del país; es decir, que mi opinión fue siempre hacer la revolución, y después dejar al país que decidiera de sus futuros destinos. De manera que S. S., en aquella pequeña habitación, no consideraba a D. Fernando VIII como un Fernando imposible, sino como un Fernando posible, a pesar de haber dicho aquí que hace mucho tiempo había indicado que no era posible traer a España esa dinastía.

Pero sin salir de España, antes de salir para la emigración, existen pruebas terminantes de cuáles eran sobre este punto las opiniones del Sr. Castelar. Y esto, sin entrar en esas conversaciones que no tienen ningún carácter privado, porque cuando hombres políticos de diverso partidos se reúnen para discutir los asuntos de su país y para llevar adelante un pensamiento, sus acuerdos sólo pueden ser secretos mientras ese pensamiento se realiza; pero una vez realizado, deben ser del dominio público y no importa que se conozcan.

De otro modo, no comprendo cómo se había de escribir la historia. Allí no nos reuníamos como amigos particulares; allí nos reuníamos como progresistas y como demócratas, con un fin político, para preparar la revolución, para traerla, si nos era posible, y para realizarla si a tanto alcanzaban nuestras fuerzas.

Pues bien, señores, ¿tengo yo necesidad de abrir la puerta a esas conferencias, cuyo carácter acabo de señalar para que se sepa lo que es del dominio de todo el mundo. Tengo yo necesidad de eso para que todo el mundo esté persuadido de que la candidatura de D. Fernando de Portugal, que S. S. dice ahora que era imposible, le parecía a S. S. posible y muy posible poco tiempo antes de la revolución?

¿Pues no recuerdan los Sres. Diputados lo que ocurrió cuando vinieron aquí los reyes de Portugal? ¿No saben que se llevó a cabo una gran manifestación en favor del rey de Portugal? ¿Pues sabéis quién dirigió, quién preparó, quién llevó a cabo esa gran manifestación? Pues fue el Sr. Castelar, el mismo que dime hoy que creía imposible aquella dinastía, el mismo que es hoy republicano federal.

Si el Sr. Castelar creía que la dinastía de D. Fernando de Portugal era imposible, ¿por qué iba a recibirla, victorearla y a hacer en su favor una manifestación verdaderamente realista, tal como no se ha hecho en ningún país del mundo a ningún rey extranjero, a no ser después de haber alcanzado una gran victoria, o de haber llevado a cabo alguna de esas empresas que llenan aires y admiran al mundo con sus grandes y vastos resultados?

Pero vamos a la emigración sin haber levantado bandera de la dinastía de D. Fernando de Portugal, entonces, con tanto afán lo deseaban los que hoy son, se llaman y se dicen republicanos federales. Llegamos al extranjero; allí se seguían las mismas negociaciones, y cuando teníamos bastante adelantados nuestros trabajos para hacer otra tentativa, nos hallamos con que algunos nuestros amigos, pero acompañados de algunos demócratas, entre los que se hallaba el Sr. Castelar, nos dicen que se separaban de nosotros. ¿Y por qué esa separación? "Nos separamos, dijeron, porque Vds. no tienen solución. -¡Que no tenemos solución! ¿Pues qué solución quieren Vds. para hacer una revolución radical en nuestro país? -Es que no tienen Vds. rey. -Ni nos hace falta. Pues qué, ¿hemos de nombrarle nosotros? Nosotros tenemos solución, la solución verdaderamente liberal, la solución que deben tener los que quieren la verdadera libertad. Nuestra solución es la libertad como bandera y Cortes Constituyentes que decidan de la suerte del país como les parezca conveniente. Deciden las Cortes la república, pues España será republicana; deciden la monarquía, pues España será monárquica. -Pues esa no es solución, nos decían, porque si no tienen Vds. la solución preparada, si no llevan Vds. inmediatamente, el rey, podrá luego venir la anarquía o levantarse un dictador. -Nosotros queremos que la solución sea D. Fernando Portugal. -Convenido; pero para que D. Fernando sea la enseña de la revolución, es necesario saber que el candidato aceptará y que la España recibirá al candidato; y como creemos que D. Fernando no acepta y no sabemos si agrada a la Nación, de aquí que no nos atrevamos a tomar como enseña de la revolución a D. Fernando de Portugal. "

Pero decía el Sr. Castelar que esto no era exacto. Yo no he de hacer uso de las cartas que se me dirigen; pero ahora puedo hacer uso de las que yo escribo, y autorizo a todos para que no sólo puedan hacer uso de mis cartas sino que hagan uso de todas las conversaciones públicas y privadas en que yo haya intervenido en mi vida política.

¡Y ojalá lo hagan así! Porque yo siempre he tenido una política honrada, una política leal, una política patriótica, una política constante, una política consecuente [2603] y nada, me importan que salgan a luz mis cartas, mis escritos, mis conversaciones particulares y mis conversaciones públicas. ¡Ojalá salgan a luz! Precisamente eso es lo que yo deseo, como deséalo todo hombre que no tiene nada de que arrepentirse.

Pues yo, que no quiero hacer uso de cartas de nadie, pero que sí puedo hacer uso de las mías, voy a leer varios párrafos de una que en 27 de noviembre de 1866 dirigía yo desde Saint-Dénis, cerca de París, a mi amigo particular, y hasta entonces pudiera decir político, señor Marqués de Albaida. No hay en ella nada que pueda desfavorecerle, porque si contuviera la cosa más pequeña en este sentido, yo no la leería; pero conviene leerla para la historia, para que se sepa la verdad de lo que ha pasado, y sobre todo me conviene así a mí para comprobar cuanto he dicho y se conozca que cuando hago una afirmación, es porque tengo pruebas en que apoyarla, de manera que nadie, absolutamente nadie, pueda ponerla en duda.

Yo decía en aquella fecha desde Saint-Dénis, entre otras cosas, lo siguiente:

"Después de muchas y muy detenidas discusiones, nosotros nos hemos fijado y seguiremos siempre fijos en dos puntos cardinales, que constituyen el más fuerte baluarte de nuestras ideas verdaderamente democráticas: primero, encontrar medios para hacer la revolución, empezando por sacrificarnos nosotros como lo venimos haciendo en todos los terrenos; segundo, dejar al país que decida de sus destinos, que es lo más liberal y lo menos expuesto a una repulsa de un candidato o a una complicación europeo. "

Es claro que dentro de estos dos puntos pensábamos en tener preparada una solución, no para dársela como definitiva al pueblo, sino para indicársela como conveniente.

¿Y a quién se encomendó asunto ten importante, es decir, el de llevar a cabo la revolución, porque ellos que creían que debían separarse de nosotros, porque no estábamos de acuerdo con la solución, ni con D. Salustiano de Olózaga, que entonces se proclamaba ya partidario de D. Fernando de Portugal, si es que este aceptaba? ¿A quién se encomienda asunto tan importante? Pues se encomendó a D. Salustiano de Olózaga, que cuando nuestra primera tentativa en Valencia vino por encargo nuestro a París para que, primero con los hombres políticos de Francia; y después con los de Inglaterra, tratara la cuestión dinástica y procurara evitar a la revolución cualquier complicación europea. Y posteriormente decía yo al señor Orense: "Usted recordará que yo, de acuerdo con mis amigos, propuse en una conferencia que tuvimos en casa de D. Salustiano que V. y él se vinieran a buscar a Don Juan Prim, para que entre los tres, no sólo procuraran recursos sino que prepararan en el extranjero el reemplazo de lo existente en nuestro país; y que si Vd. se manifestó dispuesto a ponerse en camino al día siguiente, D. Salustiano de Olózaga dijo que otras atenciones urgentes se lo impedían por de pronto. "

Pues bien, todavía seguía yo haciendo observaciones y sobre la dificultad que habría de encontrar una bandera revolucionaria, una enseña de lucha, mientras no tuviéramos la seguridad, la evidencia de que esa bandera había de poder realizarse. Continuaba después la carta, decía y le decía yo al Sr. Orense: "Hay en su carta de usted una indicación grave que no puede pasar desapercibida, en la cual deja entrever que Vd. se separará del general Prim, y los demócratas de nosotros. ¿Por qué? ¿No vamos a la revolución? ¿No hacemos lo que podemos para prepararla? Y una vez hecha la revolución, ¿no apelamos al país para que se constituya como lo juzgue más conveniente? ¿Pues qué más pueden pedir y hacer los demócratas? Comprendo que estos se separaran de nosotros si de antemano les dijéramos: "Sí, queremos la revolución; pero aquí os tenemos ya un rey dispuesto para cuando venzamos, prejuzgando la cuestión monárquica que no está en vuestro credo; pero sería gracioso que se separaran porque no les queremos hacer tragar un rey determinado antes de saber la voluntad del pueblo."

Seguía yo lamentándome en esa carta de las divisiones, y voy a continuar su lectura porque es importante, porque es preciso que se sepa toda la verdad: "¡Ah! bien lamentable seria en estos momentos esta separación, que ninguno la encontraría fundada más que en las miserias personales, que desgraciadamente destruyen la fuerza de un partido nuevo, pero en las cuáles no tenernos nosotros ninguna parte, ni de cuyas consecuencias podemos tener responsabilidad; que en último caso recaerá toda entera sobre los que no han sabido anteponer la salvación de la patria, ni los grandes intereses de partido a las pequeñas cuestiones de nombres propios y a las miserias personales.

"Cuando la España sufre como no ha sufrido pueblo alguno; cuando 4.000 españoles padecen en la emigración, en los presidios, en los destierros y en las cárceles; cuando el color de la vergüenza enrojece el rostro de todo español por la humillación de que es víctima su pueblo; cuando se ha derramado la sangre de tantos patriotas que está pidiendo pronta justicia, se pasa el tiempo en dimes y diretes, en chismes de mujerzuelas, y en discusiones de nombres y de personas. ¡Que vergüenza!

" Lo que se necesita es que saquemos al pueblo de la humillación en que se encuentra: lo que urge es que devolvamos a 4. 000 familias la tranquilidad y los medios de subsistencia; lo que apremia es que hagamos pronto la revolución, y para eso, todo hombre práctico, todo buen patriota, debe ocuparse de fusiles y no de palabras inútiles, de dinero y no de discusiones inoportunas, de gente que se bata y no de querellas, que en todo caso podrán agitarse para resolverse su día. "

Esta carta, Sres. Diputados, prueba que lo que yo dije ayer es verdad, sin que, esto sea ofender al Sr. Orense, ni al Sr. Castelar, ni a ninguno de los demócratas en cuyo nombre creíamos quo se entendía con nosotros. Por consiguiente, el Sr. Castelar no ha hecho bien al sofocarse tanto como se ha sofocado por las palabras que yo le dirigí ayer, puesto que no hice más que referir historia, no hice más que demostrar que hasta después de la revolución no había habido en España republicanos federales.

Es más: en las conferencias que nosotros teníamos con los demócratas entonces, alguna vez se les ocurría decir si la república podría plantearse en España mañana o dentro de algunos años: en honor de la verdad, antes del fracaso de Junio, como antes de la revolución, a ninguno de ellos se le ocurrió que pudiera establecerse inmediatamente esa forma de gobierno, y a nadie absolutamente se le ocurrió, ni para ahora ni para mucho tiempo después, que pudiera establecerse la república federal.

Todavía hay más, Sres. Diputados: el Sr. Orense cuando se persuadía de la idea que yo tenía de que D. Fernando de Portugal no aceptaría el trono de España, viendo que no había acuerdo entre demócratas y progresistas, dio con esa franqueza que le es propia: "Pues bien, señores; puesto que no hay acuerdo, yo me vuelvo a la república. "

Pero eso fue ya poco tiempo antes de la revolución, y preguntándole: "¿Qué república quiere Vd. establecer en [2604] España? Porque Vd. comprenderá que no son posibles ni convenientes los presidentes que nos pueden llevar al estado en que se encuentra Méjico." Contestaba con su habitual llaneza: "Yo no quiero ni rey ni Ruque, refiriéndose a los presidentes, porque los presidentes han dado malos resultados así en el año 48 en Francia como ahora en los Estados Unidos; por eso quiero república sin presidente: una república en que el presidente sea la Asamblea"; es decir, que quería una Convención que fuese la que nombrara los Ministros y gobernase el país; pero no se le ocurrió decir que quería la república federal.

Por consiguiente, véase cómo no sólo no había republicanos federales antes de la revolución, sino que había republicanos que ni siquiera sabían lo que querían, y que no estaban de todos modos conformes, puesto que uno querían la república unitaria, otros, como el Sr. Orense querían una república especial, otros una república como la de los Estados Unidos y otros, como el Sr. Castelar, la querían federal a imagen y semejanza de la república Suiza; la cual sucedió desde que el Sr. Castelar estuvo e Suiza, donde se enamoró de aquella república, y viendo que allí producían buenos resultados, concibió el pensamiento de traerla a España. Entonces fue cuando empezó a proclamarse la república federal.

El Sr. Orense y el Sr. Ca8telar vienen después de hecha la revolución, y en esto no trato de ofender al señor Castelar, porque todo el mundo sabe que cuando se hizo la revolución se hallaba S. S. en Suiza, y empezaron a proclamar las excelencias de aquella república, y como llegaron en la época de excitación del pueblo, y en momentos en que las pasiones están excitadas, y como en esos momentos es cuando con más facilidad se acoge todo lo nuevo, y extraordinario, el pueblo acogió con ardor la idea de la república.

Pero, ¿por qué lo acogió así? Porque el Sr. Castelar y sus amigos proclamaban las excelencias de la república diciendo que sólo ella podía ofrecer la abolición de quintas la de la contribución de consumos o de capitación y otras muchas cosas que el pueblo sentía sobre sus hombros y que deseaba ver suprimidas.

La república federal fue por muchos aceptada precisamente por serles desconocida. Así es que hubo pueblo que al pintarle las excelencias de esta república gritaba ¡Viva la república federal! Y cuando a continuación lo decían "abajo los reyes;" contestaba "abajo los reyes; no; porque alguno ha de haber, que nos mande."

Así se explica el por qué una idea nueva que no ha sido discutida nunca en este país, que nadie habla proclamado, haya sido acogida tan rápidamente por las masas, que han visto en la república federal el paraíso perdido.

Quede sentado, pues, que lo que yo dije ayer es la verdad, que la república federal era una planta nueva en, nuestro país, una planta exótica, y que hasta después de la revolución nadie se acordó de república federal, incluso el Sr. Castelar y los que entonces se llamaban demócratas y hoy se dicen republicanos federales.

Antes de la revolución no se creía posible la república, y lo único con que se contaba, y lo único a que aspirábamos era a derribar la dinastía de los Borbones y a levantar otra sobre el sufragio universal. Si esta dinastía, era la dinastía de Braganza, o sea la de D. Fernando de Portugal, tanto mejor, porque al cambio de la dinastía, al realizar una revolución radical, al tratar de afianzar nuestras libertades, poníamos la primera piedra del gran edificio de la unión peninsular.



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